Beat en Chile: El rey carmesí vive en ellos
- Lukas Cruzat V.
- hace 23 horas
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Matias Arteaga | Viernes 9 de mayo de 2025
Fotografías: @miguelfuenteso
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El Legado Inquebrantable de King Crimson
Para quienes han vivido King Crimson no solo como una banda sino como un lenguaje paralelo, una filosofía sonora que trastoca, sacude y transforma, la etapa de los años 80 representa un capítulo fascinante. Fue un momento de ruptura y evolución, en el que el Rey Carmesí abrazó las máquinas, los pulsos digitales, las guitarras fractales y las voces que parecían hablar desde otro plano. Recrear esa época no es tarea simple. Se necesita más que técnica. Se requiere visión, entrega y genio. Y eso es exactamente lo que ofreció Beat: un cuarteto de titanes que no replica, sino que revive el fuego. Steve Vai, Danny Carey, Tony Levin y Adrian Belew no son solo intérpretes; son alquimistas de la emoción musical.
La noche del martes 6 de mayo en el Movistar Arena fue una ceremonia. Un ritual para melómanos que crecieron o se transformaron con Discipline, Beat y Three of a Perfect Pair. Y desde el arranque quedó claro que estábamos frente a una experiencia única.

El primer set abrió con la frenética “Neurotica”, desbordada de texturas y caos controlado, perfecta para introducirnos en el vértigo que se avecinaba. Siguió “Neal and Jack and Me”, con ese groove inconfundible que mezcla lo urbano con lo poético, y que Belew narró con la soltura de quien escribió esas líneas desde la médula. “Heartbeat” fue puro sentimiento, una de las más coreadas por el público, que no pudo evitar emocionarse con su melancolía transparente. “Sartori in Tangier” aportó un aire de exotismo hipnótico, mientras que “Model Man” mostró el lado más melódico y juguetón de la banda.

La exploración continuó con la caótica “Dig Me”, que Vai abordó con elegancia quirúrgica, y luego con la muy sentida “Man With an Open Heart”, otro momento en que la voz de Belew pareció hablar directo al alma. “Industry” fue uno de los pasajes más densos y oscuros, con Carey y Levin construyendo un muro sonoro casi industrial. Cerrando la primera parte, llegó “Larks’ Tongues in Aspic (Part III)”, una montaña rusa de riffs y contratiempos que desató la ovación cerrada de un público ya rendido ante la magnitud del espectáculo.

Tras una pausa de 20 minutos, la segunda parte comenzó con “Waiting Man”, una pieza rítmica y atmosférica que permitió a los músicos mostrar su manejo del espacio y la sutileza. Le siguió “The Sheltering Sky”, probablemente uno de los momentos más etéreos del concierto, con Vai y Belew creando un paisaje de texturas que parecía suspendido en el tiempo. “Sleepless” trajo de vuelta el ritmo más carnal, con Levin desatando su stick como en los viejos tiempos, empujando el groove hasta hacerlo irresistible.
“Frame by Frame” fue otra joya: una interpretación salvaje y quirúrgica al mismo tiempo, con Vai desatando una tormenta de notas en la sección más veloz. “Matte Kudasai” tocó fibras profundas; la interpretación fue sutil, elegante, cargada de emoción contenida. Luego, “Elephant Talk” desató la euforia. El bajo de Levin era puro músculo, mientras Belew deslizaba su verborragia icónica con total control, provocando el delirio colectivo.

Ya en la recta final, “Three of a Perfect Pair” sumó una dosis de extrañeza armónica y belleza asimétrica, para dar paso a una demoledora “Indiscipline”. Aquí, Danny Carey se lució con un solo introductorio cargado de fiereza, seguido por una construcción caótica y precisa entre stick, guitarras, percusión y la voz declamada de Belew. Fue un clímax perfecto antes del encore.

Pero el encore no sería menor: la única concesión al Crimson pre-80 fue una colosal “Red”, ejecutada con un dramatismo casi cinematográfico. Vai parecía desencadenar volcanes en cada fraseo, mientras Carey demolía con una batería de precisión quirúrgica. Y como si eso fuera poco, el cierre fue con la hiperactiva “Thela Hun Ginjeet”, que dejó al público en un estado de trance danzante. Fue la catarsis final, la celebración total de un legado inagotable.

Cada una de estas canciones —y sus relecturas— podría analizarse por separado. Cada timbre, cada textura, cada interacción entre los músicos merece un estudio propio. Vai no imita a Fripp: lo descompone y lo proyecta. Carey no copia a Bruford: lo honra desde su propia monstruosidad técnica. Levin es el ancla emocional de este proyecto, y Belew, la voz y la risa del caos.
Beat no es un tributo. Es un acto de amor y vanguardia. Es música en estado puro, tocada por músicos que no necesitan probar nada, pero que entregan todo. En un presente lleno de fórmulas y repetición, Beat es un recordatorio de por qué la música puede seguir siendo una experiencia espiritual.
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